lunes, 18 de mayo de 2009

Hsin-hsin-ming

INSCRITO EN LA MENTE CREYENTE
(Hsin-hsin-ming)

El Método Perfecto no sabe de dificultades,
excepto que rehúsa efectuar preferencias:
sólo cuando se libera de odio y amor
se revela plenamente sin disfraz.

Basta la diferencia de una décima de milímetro
para que el cielo y la tierra queden separados:
si quieres verlo manifiesto,
no asumas pensamiento en su favor ni en su contra.

Alzar lo que gustas contra lo que te disgusta…
Esta es la enfermedad de la mente.
Cuando no se entiende el profundo significado (del Método)
se perturba la paz de la mente y nada se gana.

El Método es perfecto como el vasto espacio,
sin faltarle nada, sin nada superfluo:
en verdad, se debe a efectuar elección
que su talidad se pierda de vista.

No persigas las complicaciones externas,
no mores en el vacío interior.
Cuando la mente reposa serena en la unidad de las cosas,
el dualismo se desvanece de por sí.

Y cuando no se entiende integralmente la unidad
de dos modos se sustenta la pérdida:
la negación de la realidad puede conducir a su negación absoluta,
mientras apoyar el vacío puede resultar en su contradicción.

Verbalismo e intelección…
Cuando más nos acompañamos de ellos, más nos descarriamos;
por tanto, fuera el verbalismo y la intelección
y no habrá lugar al que no puedas pasar libremente.

Cuando retornamos a la raíz, ganamos el significado;
cuando perseguimos los objetos externos, perdemos la razón.
En el momento en que nos iluminamos por dentro,
trascendemos el vacío y el mundo que nos enfrenta.

Las transformaciones que se suceden en un mundo vacío que nos enfrenta,
parecen todas reales debido a la Ignorancia:
procura no buscar lo verdadero,
cesa tan solo de abrigar opiniones.

No te entretengas con el dualismo,
evita cuidadosamente perseguirlo;
tan pronto tengas lo correcto y lo erróneo,
lo que sigue es confusión, la mente se pierde.
Los dos existen debido al uno,
pero ni siquiera te aferres a este uno;
cuando la mente única no está perturbada,
las diez mil cosas no ofrecen ofensa.

Cuando ellas no ofrecen ofensa, es como si no existieran,
cuando la mente no es perturbada, es como si no hubiese mente.
El sujeto se aquieta cuando el objeto cesa,
el objeto cesa cuando el sujeto se aquieta.

El objeto es un objeto del sujeto,
el sujeto es un sujeto de un objeto:
conoce que la relatividad de los dos
reside únicamente en la unidad del vacío.

En la unidad del vacío los dos son uno,
y cada uno de los dos contiene en sí la totalidad de las diez mil cosas;
cuando no se efectúa discriminación entre esto y aquello,
¿cómo puede surgir un criterio unilateral y prejuicioso?.

El Gran Método es calmo y de espíritu abierto,
nada es fácil, nada es difícil:
los propósitos pequeños son irresolutos,
cuando más se apresuran más se demoran.
El apego jamás se mantiene dentro de los lazos,
es seguro que marche en sentido equivocado:
déjalo ir flojo, que las cosas sean como fueren,
mientras la esencia ni parte ni mora.

Obedece a la naturaleza de las cosas, y estarás en concordia con el Método,
calmo, cómodo y libre de molestia;
mas cuando tus pensamientos están atados, te alejas de la verdad,
se tornan más pesados y torpes, y de ningún modo son sensatos.

Cuando no son sensatos, el alma está turbada,
¿de qué sirve, entonces, ser parcial y unilateral?.
Si quieres recorrer el curso del Único Vehículo
no tengas prejuicios contra los objetos-de-los-seis-sentidos.

Cuando no tienes prejuicios contra los objetos-de-los-seis-sentidos,
a la vez te identificas con la Iluminación.
El sabio es no-activo,
mientras el ignorante se ata;
mientras que en el mismo Dharma, no hay individuación,
ignorantemente se apegan a objetos particulares.
Son sus propias mentes las que crean ilusiones,
¿no es esa la máxima de las contradicciones?.

La Ignorancia engendra el dualismo del reposo y del desasosiego.
Los iluminados carecen de gustos y disgustos.
Todas las formas de dualismo
medran ignorantemente por la mente misma,
son como visiones y flores en el aire:
¿por qué debemos perturbarnos tratando de agarrarlas?.

Ganancia y pérdida, correcto y erróneo…
¡fuera con ellos de una vez por todas!.
Si el ojo nunca se duerme
todos los sueños cesan de por sí:
si la mente retiene su unidad,
las diez mil cosas son de una sola talidad.
Cuando se sondea el hondo misterio de la talidad única,
de repente olvidamos las complicaciones externas:

Cuando se ve a las diez mil cosas en su unidad,
retornamos al origen y seguimos siendo lo que somos.
Olvida el porqué de las cosas,
y alcanzas un estado más allá de la analogía:
el movimiento detenido no es movimiento,
y el reposo puesto en movimiento no es reposo.
Cuando no se obtiene más el dualismo,
ni siquiera la unidad misma sigue siendo como tal.

El fin último de las cosas, donde no pueden ir más allá,
no está sujeto a reglas ni medidas:
la mente en armonía con el Método es el principio de la identidad,
en el que hallamos todas las acciones en un estado de quietud;
las irresoluciones son descartadas por completo,
y la fe recta es restablecida en su rectitud genuina.

Así nada es retenido,
nada es memorizado,
todos es vacío, lúcido, auto-iluminativo.
No hay mancha, ni ejercicio, ni derroche de energía:
he aquí donde jamás alcanza el pensamiento,
he aquí donde la imaginación fracasa en sus mediciones.

En el reino superior de la Talidad Verdadera
no hay "otro" ni "yo".
Cuando se pide una identificación directa
sólo podemos decir: "No dos".
Al no ser dos todo es lo mismo,
todo lo que es, está comprendido en ello:
los sabios de los diez sectores,
todos entran en esta fe absoluta.

Esta fe absoluta está más allá de la prisa (tiempo) y de la extensión (espacio).
Un instante es diez mil años.
No interesa cómo están condicionadas las cosas, ya sea con "ser" o "no ser",
eso se manifiesta por doquier ante ti.

Lo infinitamente pequeño es tan grande como grande puede ser,
cuando se olvidan las condiciones externas;
lo infinitamente grande es tan pequeño como pequeño puede ser,
cuando se ponen fuera de la vista límites objetivos.

Lo que es lo mismo con lo que no lo es,
lo que no es lo mismo con lo que es:
donde no pueda obtenerse este estado de cosas,
asegúrate de no entretenerte.

Uno en todos,
todos en uno…
Si sólo se comprende esto,
¡No te preocupes más por no ser perfecto!.

La mente creyente no está dividida,
e indivisa es la mente creyente…
He aquí donde fallan las palabras,
pues esto no pertenece al pasado, al futuro ni al presente.

Sêng-ts´an, tercer patriarca Zen, muerto en 606.
Ensayos Sobre Budismo Zen, del Dr. Suzuki

viernes, 10 de octubre de 2008

sábado, 4 de octubre de 2008

El héroe de las mil caras

Tragedia y comedia

“Las familias felices son todas iguales; las que no lo son, tienen su propia manera de infelicidad.” Con estas omino­sas palabras, el conde León Tolstoi inició la novela de la destrucción espiritual de su heroína moderna, Ana Karenina. Durante las siete décadas que han pasado desde que aquella perturbada esposa, madre y amante apasionada­mente ciega se arrojó entre las ruedas del tren —terminan­do así con un acto simbólico de lo que ya había pasado en su alma, su tragedia de desorientación—, un ditirambo constante y tumultuoso de novelas, noticias periodísticas e ignorados gritos de angustia se han sucedido en honor al toro-demonio del laberinto: el aspecto destructivo, co­lérico y enloquecedor del mismo dios que, cuando muestra su bondad, es vivificador principio del mundo. La novela moderna, como la tragedia griega, celebra el misterio de la destrucción, que en el tiempo es la vida. El final feliz es satirizado justamente como una falsedad; porque el mun­do tal como lo conocemos, tal como lo hemos visto, no lleva más que a un final: la muerte, la desintegración, el desmembramiento y la crucifixión de nuestro corazón con el olvido de las formas que hemos amado.
“Piedad es el sentimiento que paraliza el ánimo en pre­sencia de todo lo que hay de grave y constante en los su­frimientos humanos y lo une con el ser paciente. Terror es el sentimiento que paraliza el ánimo en presencia de todo lo que hay de grave y constante en los sufrimientos huma­nos y lo une con la causa secreta.”28 Como Gilbert Murray ha señalado en el prefacio a la traducción de Ingram Bywater de la Poética de Aristóteles,29 la catarsis trágica (la “purificación” o “purgación” de las emociones del especta­dor de la tragedia a través de su experiencia de la compa­sión y el terror) corresponde a una catarsis ritual anterior (“la purificación de la comunidad de las corrupciones y ve­nenos del año que acaba de terminar, de los viejos contagios de la muerte y del pecado”), lo cual era función de la comedia festiva y de misterio dedicados al desmembrado [32] dios-toro, Dionisos. El espíritu meditativo se une, en el misterio de la obra de teatro, no con el cuerpo que en ella muere, sino con el principio de vida constante que lo alber­gó por un tiempo y que por ese tiempo era la realidad plasmada en una aparición (que corresponde al que sufre y a la causa secreta) en el substratum en el que nuestros yos se disuelven cuando “la tragedia que rompe el rostro del hombre”30 ha partido, destrozado y disuelto nuestra estruc­tura mortal.

Aparece, aparece, cualquiera que sea tu forma y tu nombre,
¡Oh, Toro de la Montaña, Serpiente de las Cien Cabezas, León de la Llama ardiente!
¡Oh Dios, Bestia, Misterio! ¡Ven!31

Esta muerte de los contenidos lógico y emocional de nuestra importancia provisional en el mundo del espacio y del tiempo, este reconocimiento de la vida universal que nos hace despojarnos de nuestro interés en nosotros para ponerlo en ella, que vibra y celebra su victoria justamente en el beso de nuestra propia aniquilación, este amor fati, amor al destino que es inevitablemente la muerte, constitu­ye la experiencia del arte trágico: de allí su júbilo, el éxtasis redentor:

Mis días han pasado, yo, el sirviente,
el iniciado en el rito de Zeus;
Donde vaga el Zagreo de media noche, vago yo;
He soportado su grito como el trueno;
He cumplido sus rojos y sangrantes festejos;
He sostenido la llama de la Gran Madre Montaña;
Estoy libertado y nombrado por nombre
El Baco de los Sacerdotes envueltos en mallas.32

La literatura moderna se ha dedicado en gran parte a hacer una observación valerosa y exacta de las figuras en­fermizas y rotas que pululan ante nosotros, a nuestro alre­dedor y en nuestro interior, donde se ha reprimido el impulso natural de protestar en contra del holocausto, de proclamar las culpas o anunciar las panaceas, ha encontrado [33] realización la magnificencia de un arte trágico más potente para nosotros que el arte griego: la tragedia realis­ta, íntima e interesante desde varios aspectos, de la de­mocracia, donde se muestra al dios crucificado con su cara lacerada y rota en las catástrofes no sólo de las grandes casas sino de los hogares más comunes. Y no hay ninguna creencia hecha sobre el cielo, la futura felicidad y la com­pensación para sobrellevar la majestad amarga, sino la oscuridad más absoluta, el vacío de la insatisfacción, que reciben y se comen las vidas que han sido expulsadas del vientre sólo para fracasar.
En comparación con todo esto, las historias breves de las realizaciones que hemos logrado parecen lastimosas. Demasiado bien sabemos cuánta amargura de fracaso, de pérdida, de desilusión y de insatisfacción irónica circula en la sangre hasta de los seres más envidiados del mundo. De aquí que no estemos dispuestos a asignar a la comedia el alto rango de la tragedia. La comedia como sátira es acep­table, como diversión es un agradable medio de escape, pero el cuento de hadas de la felicidad ya no puede ser tomado seriamente en cuenta; pertenece a la “tierra del nunca jamás” de la infancia, protegida de las realidades que bien pronto serán conocidas en forma terrible; así como el mito del cielo eterno sólo tiene vigencia para los viejos, cuyas vidas están detrás de ellos y cuyos corazones tienen que ser preparados para pasar el último portal del tránsito a la noche; pero ese serio juicio occidental moder­no está fundado en un malentendido total de las realidades representadas en el cuento de hadas, en el mito y en las comedias divinas de la redención. Éstas, en el mundo antiguo, se consideraban de más alto rango que la tragedia, de verdad más profunda, de realización más difícil, de estructura más sólida y de revelación más completa.
El final feliz del cuento de hadas, del mito y de la divina comedia del alma deben leerse no como una contra­dicción, sino como la trascendencia de la tragedia universal del hombre. El mundo objetivo sigue siendo lo que era, pero como el énfasis ha cambiado dentro del sujeto, se nos muestra transformado. Donde antes contendían la vida y la muerte se manifiesta ahora un ser perdurable, tan indi­ferente a los accidentes del tiempo como el agua que hierve en un recipiente lo es al destino de una burbuja, o como lo es el cosmos a la aparición y desaparición de una galaxia [34] de estrellas. La tragedia es el rompimiento de las formas y de nuestra unión con ellas; la comedia es el júbilo bárbaro, descuidado e inagotable de la vida invenci­ble. Así las dos son términos de un solo tema mitológico y de la experiencia que las incluye y en la cual se unen: el camino hacia abajo y el camino hacia arriba (káthodos y ánodos) que juntos constituyen la totalidad de la reve­lación que es la vida y que el individuo debe conocer y amar si ha de sufrir la purgación (kátharsis-purgatorio) del contagio del pecado (desobediencia a la voluntad divina) y de la muerte (identificación con la forma mortal).
“Todas las cosas cambian; nada muere. El espíritu ambula de aquí para allá, y ocupa el marco que le place... Porque aquello que una vez existió ya no es, y lo que no era ha llegado a ser. Así, el enorme círculo de movimiento ha girado una vez más.”33 “Sólo de los cuerpos en los cuales habita este yo eterno, imperecedero e incomprensi­ble, se dice que tienen un fin.”34
Es asunto propio de la mitología y de los cuentos de hadas revelar los peligros específicos y las técnicas del oscuro camino interior que va de la tragedia a la comedia. Por ello los incidentes son fantásticos, “irreales”: repre­sentan triunfos psicológicos, no físicos. Aun cuando la leyenda trate de un personaje histórico, los hechos de su victoria se manifiestan, no en forma acorde con la realidad de la vida, sino en visiones como las de los sueños; por­que no se trata de que tal y tal hazaña se hayan realizado en la Tierra; se trata de que antes de que dicha hazaña se haya verificado en la Tierra, hay otra cosa primaria y de mayor importancia que ha tenido que pasar por el la­berinto que todos conocemos y visitamos en sueños. La tra­vesía del héroe mitológico puede ser, incidentalmente, con­creta, pero fundamentalmente es interior, en profundidades donde se vencen oscuras resistencias, donde reviven fuerzas olvidadas y perdidas por largo tiempo que se preparan para la transfiguración del mundo. Cuando esta hazaña se reali­za, la vida ya no sufre desesperadamente bajo las terribles mutilaciones del desastre ubicuo, agravado por el tiempo, terrible a través del espacio; sino que, todavía visible en su horror, con gritos de angustia todavía tumultuosos, queda [35] penetrada con el conocimiento de un amor que todo lo invade y todo lo alimenta y con el conocimiento también de su propia fuerza inconquistada. Los reflejos de la luz que arde invisible dentro de los abismos de su materia normalmente opaca, avanzan con un estruendo creciente. Las terribles mutilaciones son vistas entonces sólo como sombras de una inmanente e imperecedera eternidad; el tiempo cede su lugar a la gloria y el mundo canta con la voz de sirena de las esferas, voz prodigiosa, angélica, pero tal vez finalmente monótona. Como las familias felices, los mitos y los mundos redimidos son todos iguales.

Joseph Cambell

Bach - Preludio

El Hacedor

BORGES Y YO
Al otro, A Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografia del siglo xviii, las etimologias, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Seria exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas paginas válidas, pero esas paginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por to demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser pledra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mi (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologias del arrabal a los juegos con el tiempo y con to infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Asi mi vida es una fuga y todo to pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.

Jorge Luis Borges

Sex Symbol


Último Round

MENSAJES RECURRENTES

La tercera vez que al encender un cigarrillo abrió al revés la caja de fósforos y éstos se desparramaron por el suelo con el minucioso desorden que caracteriza a tan útiles objetos en esas circunstancias, Polanco comprendió que algo grave le pasaba y que haría bien en consultar al psicoanalista...Lo detuvo la sospecha apenas defendible de que ese gesto inconsciente encubriera una voluntad de mensaje, una escritura incapaz de valerse de los medios colectivos de expresión.Por eso, la cuarta vez que abrió al revés la caja de fósforos, y pasado el primer momento de malestar y casi de horror, Polanco se decidió a examinar con cuidado los fósforos caídos en el suelo del café «Las Torcazas».Sin buscar engañarse o más bien tendiendo a la desconfianza, reconoció sin embargo que dieciocho de los cincuenta y nueve fósforos emanados de la caja componían con manifiesto desaliño la palabra Manolita.Había además el comienzo o el final de otra palabra, a cargo de veinte fósforos, pero era difícil decidirse entre espera y franela; para peor los clientes del café no habían tardado en amontonarse en torno a las criptografías y se herniaban de risa o pretexto de que Polanco tardaba en recoger los fósforos y parecía como dormido.En realidad Polanco estaba al borde del desmayo, porque aunque no conocía a ninguna Manolita, cinco años atrás en Carrasco había jugado en la playa con una uruguayita rubia que se llamaba Lita, y hasta había pensado en pedir su mano, idea que le duró lo que dura un lirio; ahora de golpe todo reaparecía fosforescentemente, si cabe la figura: Lita, la mano de Lita, la alusión a los juegos acuáticos resumidos más bien estúpidamente en la palabra olita, de donde Manolita y también, evidentemente, franela, porque de eso había habido bastante, e incluso espera, largas esperas de noche en las esquinas por donde ella vivía entre pinares, antes de que les pasara esa frecuente pero siempre disimulada cosa que llaman incompatibilidad, con el subsiguiente púllman de vuelta a Montevideo y vapor de la carrera.—Rejuntá lo fofo, crosta— le decían los muchachos que en el fondo apreciaban a Polanco.«Yo ahora tendría que viajar a Carrasco» , pensaba Polanco, lúgubre.
Julio Cortázar